Cañón de Namúrachi

Tierra de los ganokos

Los ecos de la rebelión de Tepórame aún se esconden en los enormes muros rocosos que componen esta joya natural

Ruth González

Por: Ruth E. González
ruth_gonzalez@radionet1490.com

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El templo fue originalmente establecido como una Misión Jesuita en 1639, primero como pueblo de visita de San Felipe y más tarde de Satevó

Enormes rocas dieron morada a los primeros pobladores del estado, los gigantes que existían antes que los rarámuris, los ganokos. Así cuentan de generación en generación los tarahumaras el origen de esos primeros habitantes. El cañón de Namúrachi, que significa “lugar de las cuevas”, encierra parte de esta mitología entre muros de granito de casi 30 metros de altura, estas antiguas erupciones volcánicas que con el paso del tiempo, el agua y el viento han ido forjando una serie de formas naturales impresionantes, relieves que para algunos creyentes sirven como templo natural.

Este parque ecológico chihuahuense se encuentra ubicado a unos 10 kilómetros de San Francisco de Borja, un pequeño pueblo fundado en 1645 tras las expediciones jesuitas. El recorrido por este lugar es corto, pero muy apropiado para la contemplación y la recreación.

Los rayos de luz atraviesan desde la altura las grietas, dan un toque de contrastes a este trayecto que es ideal para el senderismo, ciclismo o bien la caminata contemplativa en calma solitaria, en familia o con las mascotas.

FOTO: RUTH E. GONZÁLEZ FOTO: RUTH E. GONZÁLEZ
Foto Nayade Cruz FOTO: NAYADE CRUZ

El paso de los Jesuitas

“A mediados de la primera mitad del siglo XVII el capitán Pedro Perea en compañía del Padre José Pascual habían escogido un lugar llamado Tagúrachic…” 1, este lugar era originalmente un establo para mantener ganado que ayudaría al sostenimiento de las misiones jesuitas en la sierra tarahumara, “el templo fue originalmente establecido como una Misión Jesuita en 1639, primero como pueblo de visita de San Felipe y más tarde de Satevó”.

Poco a poco los tarahumaras fueron despojados de sus tierras, sus creencias y su cultura, pese a la gran resistencia encabezada por el héroe rarámuri Tepórame, nada pudieron hacer para frenar la invasión de los sanguinarios españoles y sus expediciones religiosas.

“Para 1648 {…} las rebeliones Tarahumaras devastaron el lugar y no fue hasta 1673 cuando los padres Juan Gamboa y Fernando Barrionuevo tuvieron el propósito de fundar una misión ahí… Para 1677 llega como refuerzo el padre Francisco de Celada al que se designa la construcción del actual templo de San Francisco de Borja donde permanecería hasta 1707. En 1735 se llevó acabo la secularización de 22 misiones de los jesuitas de la Tarahumara Baja y a partir de ese momento el sitio misional de San Francisco comenzó su uso por el Clero Diocesano, iniciando una disminución de la población de indígenas y un aumento del mestizaje”.

La más reciente restauración de esa misión inició en 2004 y terminó en 2008.

En el pueblo destacan los muros de adobe de esta misión, pero más antiguo e impresionante es el flujo del río San Pedro que forja el camino natural a este impresionante cañón, que más tarde también lo hacen templo, como una segunda invasión religiosa a Tagúrachic, sus muros de roca dan refugio a los católicos en la época cristera.

El templo y el fervor

En octubre San Francisco de Borja tiene su fiesta patronal, esto hace que el cañón se convierta en el corazón de los festejos, ahí se hacen carreras, procesiones y eventos musicales. La relevancia de este sitio para los creyentes chihuahuenses se da con la Guerra Cristera, cuando el Estado Mexicano tiene una abrupta ruptura con la Iglesia católica y debido a la prohibición de ceremonias religiosas, el sacerdote Jesús Maldonado toma de sede el cañón de Namúrachi para realizar misas clandestinas y otros rituales de su fe, como bautizos y confirmaciones.

En febrero de 1937, el párroco de Santa Isabel fue asesinado a los 42 años. Al ser considerado un mártir, el papa Juan Pablo II lo declaró beato en 1992; lo canonizó en el 2000. Esta tragedia hace que los fieles católicos tomen este lugar como un templo natural que recuerda el oficio del primer santo chihuahuense.

Y es que al terminar el recorrido del lugar, en las últimas formaciones rocosas se encuentran varios altares, el primero dedicado a San Judas Tadeo, el segundo a la Virgen de Guadalupe, un tercero a Jesucristo y el altar principal conjunta a todos y una foto del padre Maldonado acompaña a estas deidades católicas.

La más reciente restauración de esa misión inició en 2004 y terminó en 2008.

Ahí, las personas que realizan procesiones dejan piedras apiladas en señal de mandas cumplidas o peticiones milagrosas, unas llevan los nombres de las familias, otras solo fueron dejadas por quienes visitan el lugar en busca de estos favores divinos.

En el muro derecho antes del altar principal, se pueden observar unas figuras de cerámica de los arcángeles encabezados por Gabriel, estos guerreros mitológicos que enfrentaron al mal, parecen ya parte de las paredes del cañón.

Foto Nayade Cruz FOTO: NAYADE CRUZ
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Lugar de cuevas

Los pobladores originales compartían con la naturaleza el espacio, la armonía del paisaje y la vida, respetando sus caprichosas formas. Las cuevas de este cañón eran utilizadas como hogares, al igual que en otros puntos del estado.

Este lugar está a unos mil 655 metros de altura y su pueblo cuenta con poco más de mil habitantes. Algunos son tarahumaras, unos visten tradicionales y otros en vestuario muy citadino.

Antes de la invasión de los españoles, en Chihuahua habitaban varios pueblos originales: los tubares, los tobosos, los cocoyomes, las joyas, los conchos, los guazapares, los chinipas, los tarahumaras, los salineros y los pimas.

La más reciente restauración de esa misión inició en 2004 y terminó en 2008.

San Francisco de Borja era tierra de los rarámuris, “los de los pies ligeros” o “corredores a pie”. Al ser destruida su cultura, poco se ha recuperado de la vida de estos primeros pobladores, sin embargo, se sabe que su organización se fundaba en el parentesco basado en relaciones recíprocas y contaban con un cacique o “principal”. Se supone que estos caciques gobernaban una o varias rancherías, pero no existía un gobierno unificado para toda la nación rarámuri. Eran agricultores, sembraban principalmente maíz y frijol, actividad que complementaban con la caza y la recolección.

No es de extrañar que el “Chabochi” o mestizo sea el villano de su historia, en los relatos rarámuri se cuenta que en el principio de los tiempos dios les dio vida a ellos y el diablo a los chabochis. Así explican su relación con los españoles y la llegada de la sociedad mestiza.

Pero todo se fue mezclando, en los muros del cañón de Namúrachi, los ecos de las rebeliones indígenas aún se escuchan con el viento.

El resplandor de Támuje Onorá o Onóruame, “el creador”, asociado con el Sol; y por la noche de Tamujé Yerá o Iyerúame, “la madre”, asociada con la Luna y la Virgen María, iluminan por las grietas el esplendor de estas enormes paredes.

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Para conocer

Algunos árboles han forjado sus raíces para embellecer este lugar que se encuentra a unos 124 kilómetros de la ciudad de Chihuahua. Se cruza un tramo de terracería que sube hacia el lugar, los ejidatarios cobran 25 pesos la entrada, hay un baño austero, una llave de agua y nada más. El resto es un pequeño estacionamiento para caminar en un lugar seguro y llenos de contrastes, es importante llegar temprano ya que cierra a las 5:00 de la tarde en punto.

Los menores disfrutan de recorrer las cuevas y laberintos rocosos, los creyentes apilan piedras de río en sus altares, mientras los visitantes regulares pueden disfrutar de un paisaje natural único y tranquilo. El cañón de Namúrachi es un lugar que invita a un recorrido en calma y paz en honor a sus primeros habitantes, los verdaderos dueños de esta tierra, los rarámuris.

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